En esta vieja cultura frita aún sobreviven los cines de barrio, con proyección en 35 mm, butacas antiguas, piso de madera y pesados telones de terciopelo burdeos. Son salas medianas, familiares, en donde se proyectan películas con subtítulos en vez de dobladas (que es lo usual en Alemania) y en donde exhiben sobre todo producciones nacionales o periféricas, si bien es posible ver películas de masas como la última de Tarantino o de los Coen. Y allí, mientras el muchacho zafa saltando un muro, o la rubia se pone la camisa del amante y lo despierta, o no le embocan al héroe ni un balazo, vos te tomás una cervecita.
El hombre araña no va nunca a estos cines pero si fuera se estrellaría contra una pared, distraído al ver una platea que no hace ruido con la boca comiendo pop, y más aún le extrañaría ver gente con sus botellas de cerveza e incluso con una copa de vino. Cuando termina la función un par de cajones de envases se llenan al lado de la puerta, mientras la gente sale comentando “Sehr gut, oder?”, “Ja, der Schauspieler war toll”, “Was für ein Ende”, “¿Qué dijo la mina al final?”, (este último soy yo).
Esto me lleva a contar que aquí está permitido andar por la vía pública tomando una cervecita e incluso está permitido tomar en los trenes, en los tranvías y en los ómnibus, y no hay ningún problema. Es lo más común ver barras que se suben al tranvía un viernes por la noche cada uno con su botella. Claro que no son las groseras botellas de litro que mueren por calentamiento, sino de un tercio o a lo sumo de medio litro.
Y sin embargo la bebida que más beben los alemanes no es la cerveza; es el café. Consumen 160 litros anuales por persona, por encima de los 143 de agua y los 107 de cerveza. La oferta de distintas variedades y calidades de café en el supermercado del barrio ocupa diez metros de góndola y en las zonas comerciales está lleno de cafeterías donde tomar un café excelente y bien presentado.
Los que toman más cerveza en el mundo son los checos, los inventores de la cerveza de tipo pilsen y del color rubio que hoy viste al 90% de la producción mundial. En algunos bares tradicionales de Praga ofrecen solo un tipo de cerveza, fabricado ahí mismo, y traen una ronda a tu mesa sin preguntarte, y al rato otra a menos que pongas el posavasos encima para indicar que no querés más. Es increíble pero la cerveza es más barata que el agua. Unos capos los checos. Lo que serán esos cines.