Ahmed es sirio, tiene cuarenta años y vive en Bonn desde hace dos. Es corpulento, de tez morena, cara lampiña y con una oreja más grande que la otra. Lo conocí en clases de alemán. En Al Malikiya —una ciudad en el noreste de Siria en la frontera con Turquía y cerca de Irak— vivía con su esposa y llevaba adelante su propia farmacia. Le iba bien hasta que vino la guerra y se quedó sin nada.
Cuando se entera de que soy ingeniero en computación me pide el favor que todos los informáticos odiamos: mi laptop no anda muy bien, me dice, así que un día voy a su casa. El gobierno alemán le ha dado un apartamento de dos dormitorios en un sexto piso en un complejo de edificios en Dransdorf. No conocía barrios feos en Bonn hasta que cogí la bicicleta y atravesé toda la ciudad para visitarlo.
Dejo la bici abajo con aprehensión. Los bloques de apartamentos no están mal pero el entorno está más descuidado y grafiteado que el resto de la ciudad. Me recibe en medias, como es usual aquí y en Siria. Todo el piso está cubierto y se adivinan incluso alfombras superpuestas. Desde el balcón veo que la ciudad termina allí; este es el último edificio y más allá se ve el verde parcelado en distintos tonos y un tren que pasa engordando la línea del horizonte.
Me ofrece un café con galletas dulces y me enfrento a un Windows en árabe que no solo es imposible de entender sino que es raro de ver porque se concentra sobre la derecha, como se lee. Me lo pone en alemán y ahora la cosa por lo menos está de izquierda a derecha. Su esposa llega un poco después que yo y me da la mano. No tienen hijos aún. Al rato, Ahmed me ofrece una sopa que acepto gustoso. Fuerte la sopa y muy rica.
—¿Volverías a Siria? —le pregunto, mientras vemos el asunto.
—No creo. Cuando termine la guerra estará todo destruido. En Siria vivían 22 millones, la mitad se ha ido y hay un millón de muertos. Es un desastre.
—¿Y otro país árabe?
—Ningún país árabe es bueno para vivir. Son 23 países y no se salva ninguno.
—¿Y Rusia? Viviste allá y ya sabés el idioma —Ahmed vivió seis años en Moscú, donde aprendió ruso y estudio Farmacéutica.
—No volvería a vivir allá porque son muy xenófobos, muy racistas. Prefiero vivir acá aunque tenga que aprender alemán.
La palabra que más escuché cuando llegué es Flüchtling o sea refugiado. Sin embargo había pocos en esta ciudad. Por radio y televisión no se hablaba de otra cosa pero era como si fueran noticias de otro país. Ahora hay 3200 y en general hay voluntad de acoger gente aunque leo en el diario que el presidente de la asociación de clubes deportivos de Bonn protestó porque iban a usar gimnasios para alojarlos. Es decir, siempre hay buena onda hasta que el sacrificio tiene que hacerlo uno. De todos modos el recibimiento es bueno.
Nos sentamos en la sala con la laptop en la mesa ratona y en la pared de enfrente una pantalla plana de ochocientas pulgadas está encendida en un canal árabe con el volumen bajo. Me la regalaron mis hermanos para mi cumpleaños, me dice. Por el tamaño de la tele calculo que tiene muchos.
—Somos nueve —precisa—. Tengo dos hermanas mayores y después vengo yo.
Ahmed había viajado tres veces a Europa como turista. Había visitado varias ciudades de Alemania y por entonces no sospechaba que un día entraría a este país como lo hizo, de contrabando, con pasaporte falso. Le pregunto si pudo sacar dinero del país.
—Pude vender todo antes de que fuera aún peor. Pero no entré plata porque me la gasté en entrar justamente. Le pagué 30 mil euros a un tipo para que nos trajera a mi señora y a mí. Y pagué por mi madre y mis hermanos. Yo soy el mayor de los hijos varones. De mis dos hermanas mayores se ocuparon sus maridos. Yo me ocupé de todos los demás: de mi madre, mis hermanas menores y mis hermanos y sus esposas. Cien mil euros en total.
Primero llegó su madre con una hermana y de a poco fueron logrando reunificar la familia, entrando de dos en dos. Viven en Alemania excepto uno que está en Austria y otro que vive en Bélgica.
—Me quedé sin nada. Y vuelta a empezar —me dice resignado, con una sonrisa.
Mientras tanto, hay gente enriqueciéndose con el tráfico ilegal de personas. «Muchos dejan su vida atrás. Para no perderla.» se lee en un afiche del Mides alemán. La cantidad de inmigrantes es enorme y la sociedad se polariza así que se discute mucho del tema. Para unos es una invasión, para otros recibirlos es un deber moral, y para la gente común y corriente que ligó mal y tuvo que dejar todo, es un naufragio interminable.
Ahmed acaba de conseguir un puesto de ayudante en una farmacia.
Es triste;yo, ya tengo muchos años y en el pasar de mi vida, siempre, siempre, siempre!! he tenido que oir cosas horribles de las guerras aqui o allá. Me deprime pensar que siempre hubo guerras y siempre las habrá!! No hay solución para eso? la intolerancia, la maldad,la discriminación la ambición tal vez. o tendremos que creer que realmente existe el diablo con mucho poder?
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