Solos y de noche, era una máxima que tenían los Redondos a la hora de programar sus conciertos. Yo estoy solo pero son las nueve de la mañana y me entran los nervios porque es la primera vez en mi dilatada carrera musical que voy a tocar para un público que no ha bebido. Tampoco yo llevo alcohol en sangre, y tal vez tendría que haber tomado alguna cosita, pienso mientras entro al jardín de infantes, guitarra al hombro, dispuesto a compartir unas elevadas piezas musicales con Vicente y sus compañeros. Dicen que los niños son el público más exigente porque no tienen reparos en demostrar aburrimiento, desagrado o fastidio —unas bestias sin educación, en definitiva—, lo que aumenta mi cautela.
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