—Hay olor a zorrillo— me dice Vicente un día, saliendo de casa.
—¿Dónde andará ese bicho? ¿Será de alguien del edificio? —digo, y no le explico que en realidad la vecina está fumando porro.
Ocurre algo maravilloso cuando un niño empieza a dominar el habla. Los diálogos son muy divertidos porque por un lado adquiere mucho vocabulario con gran rapidez y arma oraciones que parecen dichas por un mayor, y por otra parte no conoce mucho del funcionamiento del mundo, las leyes de la física, la lógica, la naturaleza de tantos fenómenos, las costumbres, y entonces cuando intenta explicarlo se despacha con unas teorías explicadas con aplomo, totalmente erradas, pero hay que ver con qué lenguaje echadas por delante.