—Hay olor a zorrillo— me dice Vicente un día, saliendo de casa.
—¿Dónde andará ese bicho? ¿Será de alguien del edificio? —digo, y no le explico que en realidad la vecina está fumando porro.
Ocurre algo maravilloso cuando un niño empieza a dominar el habla. Los diálogos son muy divertidos porque por un lado adquiere mucho vocabulario con gran rapidez y arma oraciones que parecen dichas por un mayor, y por otra parte no conoce mucho del funcionamiento del mundo, las leyes de la física, la lógica, la naturaleza de tantos fenómenos, las costumbres, y entonces cuando intenta explicarlo se despacha con unas teorías explicadas con aplomo, totalmente erradas, pero hay que ver con qué lenguaje echadas por delante.
Paternidad
La constelación del garaje
Hace dos veranos Vicente me preguntó por qué el fuego da luz. Qué buena pregunta, me quedé pensando, y qué buena pregunta, acabé diciendo. Estábamos acostados en el pasto mirando las estrellas y se me dio por contarle que esos puntitos de luz en realidad eran enormes pero se veían así de chiquitos porque estaban muy lejos. Y me preguntó por qué están lejos. Me pareció que aún no estaba para la teoría del Big Bang, y le dije que hacía mucho tiempo que se estaban yendo. Por no saber bien qué estaba a su alcance comprender, agregué más información aún más difícil, le dije que eran unas bolas de fuego enormes, más grandes que la casa en que estábamos y que lo que veíamos era la luz que daba ese fuego. La pregunta estaba cantada.
Seguir leyendo «La constelación del garaje»El viejo y el río
Durante nuestra estancia en Bonn, antes de que naciera Vicente, vivíamos a cuatro cuadras del Rin y ya que había varios clubes de remo en ambas orillas, me inscribí en un par y volví a remar —cosa que no hacía desde niño—, pero esta vez en serio, con banco móvil, en botes de fibra, de competición, unas naves espaciales, la clase de objetos que son lindos de ver, armoniosos y estilizados.
Seguir leyendo «El viejo y el río»Conversaciones en el parque
Una tarde, acompaño a la madrina de Vicente y su perra, que andaba necesitando salir, cuando nos cruzamos con un tipo que también pasea con su mascota.
—Hola Mario —dice mi amiga.
—Hola Maga.
Nos detenemos para que los perros también se saluden y se huelan los culos, decimos dos o tres lugares comunes, y nos despedimos.
—¿Y este Mario quién es? —le pregunto.
—No, Mario es el perro, el tipo no tengo idea cómo se llama.
—Ah, con razón dijo Maga y no tu nombre, hizo lo mismo que vos.
—Sí, es que no sabe, tampoco. Es así con todos, sé los nombres de los perros con los que nos cruzamos pero ninguno de los dueños.
—A mí me pasa lo mismo con Vicente. Sé los nombres de todos los niños con los que juega en la plaza, y ninguno de los padres.
La historia del sacamocos eléctrico, y otros cuentos
Reproducirse implica hoy convivir con el animal más dañino para el medio ambiente: el bebé humano. A los pañales deshechables, que son una calamidad desde el punto de vista ambiental, hay que sumarle una catarata impresionante de cosas sin las cuales es imposible criar un bebé: cambiador, bañito, almohadón mojable, nido, cuna, colecho, sillita mecedora, corral, practicuna, mamaderas y calienta-mamaderas, chupetes, toneladas de algodón, sillita de comer, baberos, silla para el auto, cochecito, huevito, paragüita, el colgajo que gira y tiene música que se pone en la cuna —que teníamos dos así que uno estaba en la cabecera y el otro a los pies—, toallitas húmedas, peluches, talco, y —atentos— un sacamocos eléctrico. Y hasta ahí llegué.
Seguir leyendo «La historia del sacamocos eléctrico, y otros cuentos»17 de abril de 2020
No sé bien a quién atribuirle la responsabilidad, si a Hitler o al portero del edificio. ¿Creen ustedes en la predestinación dada por el día y año del nacimiento? Vico iba a nacer el lunes 20 de abril pero por esas cosas de la vida se adelantó para el 17. Días antes ya sabíamos que sería cesárea porque no se había puesto de cabeza y en la penúltima consulta con la ginecóloga habíamos fijado fecha.
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