Mientras el cerebro del bebé es un volcán activo al que aún no se le ve lava brotando, un prodigio de actividad silenciosa pero de vértigo llenando el disco duro con información fundamental, el del padre, por el contrario, se ve reducido a dirigir tareas domésticas prosaicas y aburridas. El tiempo que antes invertías en llenar tu propio disco duro de pavadas desaparece y vos andas por la casa al servicio de la nueva vida, paseándolo a horas psicopáticas, cambiando un pañal premiado, haciendo una bolita con un moco que no es tuyo.
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