Diario de una noche en San Gregorio

Luego de un rato largo en brazos, la madre ha logrado dormirlo y acostarlo en la cuna, que viene a ser un polder de nuestra cama. Nos quedamos un rato mirándolo, intentando detectar leves movimientos que anuncien que no está tan dormido como parece. Se mueve. Horror. Se queja finito, todavía a volumen bajo pero comprobamos con pavor que se incuba el berrido. ¿Hay que levantarlo ahora o esperar? Yo qué sé. Nunca se sabe. No hay manual, hay que desarrollar la intuición. Ahora estamos con la política de llanto cero: no esperar a que el tipo llegue a cantar en la ópera.

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