El viejo y el pueblo

Había venido varias veces a España pero nunca se me había dado por visitar el pueblo donde nació mi abuelo, en la provincia de León, a cinco minutos en auto de Ponferrada. Esta vez decidimos con mi hermano –que andaba de tour europeo– hacerlo juntos y entonces le escribimos a Nicasio, el único primo de mi padre que mantuvo el contacto hasta hoy, luego de que mi padre lo visitara y conociera, ya con 65 años, hace más de dos décadas.

En aquel entonces no existía aún el correo electrónico y luego de aquel viaje empezaron a llegar las cartas, que se fueron espaciando, como es natural, pero ni bien se popularizó el correo electrónico el primo Nicasio empezó a comunicarse más seguido. En la mudanza de la casa familiar a un apartamento mucho más pequeño, se había perdido una libreta que tenía mi padre con todas las direcciones y teléfonos y hoy por hoy era el único contacto que teníamos.

Le escribimos a este primo pues, y no pasaron muchos días hasta que nos contestó que nos esperaban con mucho gusto. Quedamos en su casa a la tardecita, el mismo día que llegamos y allá vamos, con Estefanía de testigo del encuentro familiar. Una vez que dejamos Ponferrada y tomamos una ruta vecinal, solo hay que descender por ella, cruzar el río Sil, luego el río Boeza y ya la calle se dibuja sola hasta los barrios como han dado en llamarse tres caseríos en las faldas de los cerros.

El cartel que desvía a Salas de los Barrios aparece a la izquierda, de pronto, subiendo una cuesta y luego la calle empinada desemboca en la plazoleta central, apenas un claro empedrado rodeado de casas que resisten el paso del tiempo con sus ángulos rectos. El villorrio no escapa a la lógica que desangra los pueblos: los jóvenes se han marchado, las fincas ya no alimentan a los pobladores, y donde otrora plantíos de almendros cubrían la ladera de enfrente, hoy se ensancha la anarquía de la naturaleza.

De aquí marchó a América mi abuelo, con trece años en las sienes y diez en los papeles, para pagar como menor el billete de barco. La olla no alcanzaba para nueve hermanos así que la familia se dividió en dos: cuatro cruzaron el océano y los demás quedaron con sus padres. Era el año 1910 y países como Argentina y Uruguay eran una promesa.

Encontramos a Nicasio en la puerta de su casa, aguardándonos. Adentro nos esperan Marisa, su esposa, y Marga, la hija de ambos. Nicasio es un gran conversador así que no es difícil atravesar los minutos iniciales, en los que suele haber lagunas cuando las personas no se conocen y por tener todo para preguntarse no son capaces de preguntarse nada. No es el caso y enseguida nos sentimos como en casa. Nos han preparado una maravillosa picada que acompañamos con vino del Bierzo. En determinado momento, en el primer silencio, nos dice que nos tiene preparada una sorpresa.

Él tiene 81 años, pero en lo que hace a la tecnología doméstica es como si tuviera 20; le gusta la electrónica y los aparatos, y tiene PC desde el Sinclair Spectrum. A su edad edita videos, y maneja el celular como un adolescente, con whatsapp y todo. Nos cuenta que desde que surgieron las cámaras de video ha tenido varias y ha tenido también la precaución de ir adaptándose y respaldando en los nuevos soportes todo lo que ha filmado. Pasó todo de las cintas de las cámaras a VHS, luego a CD y DVD y por último a disco duro, y nos señala uno al lado del televisor.

Entonces toma el control remoto y lo vemos a él 22 años más joven y a mis viejos conversando y sonriendo a la cámara, sentados en este mismo sofá. Mi padre murió en el 2008. Desde entonces no lo habíamos visto nunca hablando, mirándonos, moviéndose, no habíamos vuelto a escuchar su voz. Hemos visto fotos, claro, pero esto es muy diferente. No solo por el movimiento y el audio sino por el hecho de no saber que esta filmación existía.

Recuerdo que una vez había descubierto cartas suyas en una caja atrasada de una mudanza, cartas que me había escrito estando yo de viaje de mochilero, y que no recordaba tenerlas. Eran cartas que hablaban de días añejados once años y leerlo fue como escucharlo, me recomendaba lugares para visitar, me hablaba de historia, me pedía que me cuidara. Atesoré ese descubrimiento mientras leía por encima de las lágrimas. Imaginen lo que fue volver a verlo, sin haber sospechando nunca que eso ocurriría alguna vez.

Hay algo de simbólico en haber llegado hasta este rincón del Bierzo para conocer una parte de la familia y de nuestra historia y que sean ellos quienes nos dan este regalo. En las familias rasgadas por la emigración es una suerte que alguien pegue las fotos. Porque entonces pasan cosas como esta; que un día de verano y de reencuentro, el tiempo se confunda y aquí estemos con Andrés, llorando desbordados, mientras papá riega las viñas en la finca familiar y nos sonríe, no muy lejos de aquí.

 

El viejo y el pueblo

7 comentarios en “El viejo y el pueblo

  1. Avatar de Ulpiana Tarabal Ulpiana Tarabal dijo:

    Javier, eres un Escritor genial, al leer te digo que «vi» todo lo que describía, el paisaje, el señor de 81 años, su esposa, su hija, sentí tus emociones porque como decimos acá se me puso la «piel de gallina». Felicitaciones por el talento que tienes para transmitir tus sentimientos y que a todos los que tenemos el privilegio de compartirlos también se nos caiga lágrimas de alegría y de esa manera compartir contigo ese momento único y especial. Beso a los dos.

    Me gusta

  2. Avatar de Luis Spinelli Luis Spinelli dijo:

    Hola Javi, muy linda história.

    Por algún motivo me hizo acordar a mi abuelo, al que visitaba de niño en su casita cerca del río Santa Lucía (Florida) para pasar unas siempre esperadas vacaciones.

    Gracias por ese recuerdo, un abrazo.

    Le gusta a 1 persona

Replica a mcjavi Cancelar la respuesta