Sankt Pauli

Entro a un bar en la Bremer straße, en una esquina encogida por el humo y la madera, y enseguida el olor a cigarrillo me lleva veinte años atrás, a la época en que se podía fumar en lugares cerrados en Uruguay, y volvía a casa con los ojos rojos y los pulmones negros. Son las dos de la tarde y en la barra unos tipos toman sus botellitas de Astra, la cerveza local, con cara de estar ahí desde hace años. Astranautas, que les dicen.

Detrás del barman y encima de las botellas, juntan polvo las bufandas, banderines y calcomanías de tibias y calaveras de rigor. En la rockola leo el top 20 de las canciones más escuchadas: 1. Come as you are. 2. Mother (Danzig). 3. Hells Bells 4. Thunderstruck. 5. Friday I’m in love… Siguen nombres como ZZ Top, Johnny Cash o Frank Zappa. ¿En qué barrio puede estar este plantel en un top 20? En uno de los más roqueros de este cascote: Sankt Pauli, Hamburgo.

Nunca vi una identificación tan grande entre un barrio y su equipo de fútbol como aquí. El St. Pauli vive en la segunda división y  es el equipo de las prostitutas, los zurdos, los anarcos, los marineros y los punk-rockers. Yo no pertenezco exactamente a ninguna de esas tribus pero tengo un poco de cada una, así que me hice hincha hace años. El St. Pauli se transformó en un club de culto en la década del ochenta. Por sus manifiestas posturas contra el racismo, el nazismo, el sexismo y la homofobia, enumeradas en sus estatutos, y también por su convivencia geográfica con la movida de Hamburgo acabó por atraer gente más allá del juego. Es el equipo alemán con más hinchas mujeres por ejemplo. Otro buen motivo para seguirlo.

Finalmente cumplo un deseo y vengo a verlos contra el Fortuna Dusseldorf. Conseguir entradas con pocos días de anticipación es complicado; estaban agotadas así que compré una de 30 euros en la grada superior, en una bolsa que el propio club tiene para revender las de gente que no irá. Llegué ayer y me instalé en un hotel que bien podría llamarse Ucho, cruzando la avenida. Desde la ventana se ve el Millerntor Stadion, la cancha del club. A la noche salí al mercado de navidad, y a deambular por la Reeperbahn. Por acá tocaban los Beatles cuando no los conocía nadie. Una plazoleta los recuerda, entre garitos con locas, casas de comida rápida, discotecas, porno-shops y bares de todo tipo. En una barra conozco a dos argentinos y nos hacemos amigos enseguida, como si tuviéramos cuatro años. Pero esa es otra historia.

Me levanto al mediodía con migraña leve y sin ánimo en la billetera. Una duchita, me pongo los calzoncillos largos (3 grados en la calle) y me voy a desayunar a lo de Rolo, un portugués que tiene un café por la Thadenstraße y hace unos croissants tamaño baño. Cuando salgo empieza a llover y sopla un viento que viene del puerto así que apuro el paso hasta el estadio y me meto en el bar que está bajo la tribuna más cercana a la avenida, lleno de hinchas tomando cerveza mientras escuchan rock y ven fútbol por  televisión. Cuando escampa busco mi lugar en la tribuna de arriba. La inferior es para estar de pie y la superior para sentarse pero también allí la gente está de pie. Todo el mundo se conoce, llegan y se saludan, se hacen bromas, algunos me miran y me saludan. La onda de la gente es medio vasca, medio clase obrera inglesa enteradilla.

Falta poco para la hora de comienzo. De pronto suena una campanada, y la hinchada empieza a hervir. Son las campanas de Hells Bells de AC/DC que anuncian la salida del equipo a la cancha. Ya vuela el papelerío y suenan algunos cuetes, es como el semen: siempre se escapa una gotita antes del clímax. Y entonces llega el desborde, el minuto de fama de la marabunta, la guitarra de Angus Young llena todo el estadio y los jugadores pisan el césped. ¡Qué entrada más efectiva! A Hells Bells le sigue Das Herz von St Pauli, un temita punk y todo el estadio canta, enormes banderas flamean, con los once levantando los brazos al cielo las bombas, las gargantas y la puta que te parió ¡vamo el San Pauli carajen!

La vinculación con la música es más amplia; numerosos músicos y  bandas son hinchas y han colaborado con el equipo, como por ejemplo Turbonegro, Bad Religion, The Sisters of Mercy, die Ärzte o la banda escocesa The Wakes, que se asoció con el club para vender camisetas  a beneficio de los refugiados.

A mi lado una mujer me da conversación cuando nota que soy nuevo. Delante mío una flaca grita con las manos haciendo corneta, papel picado en la melena, la voz quebrada y el pelo del color de la cerveza. Todo el mundo está con su jarra de medio, cómo toma esta gente, es tremendo.  Incluso me ofrecen pero yo digo que no por las dudas que tenga droga. La flaca viste una campera que dice Kiezhelden en la espalda. Los héroes del vecindario. Son el brazo social del club, y es uno con mucho músculo: llevan adelante el museo, un local de encuentro y cuatro causas permanentes entre las cuales están los proyectos Viva con Agua y Laut gegen Nazis.

El espíritu de la gente lo puso de moda y lo salvó de la bancarrota: pasó de que no los viera nadie a tener unos 20 mil espectadores por partido, el mayor promedio de los equipos de segunda división y más que el de varios de la primera. Al rato de comenzado el partido anuncian la cantidad de espectadores por los parlantes: 29 mil. Entradas agotadas una vez más. Esto tiene mucho mérito teniendo en cuenta que el equipo va último y ha ganado un solo partido en doce fechas.

Hace poco había visto un reportaje a dos ingleses de Leeds. El viejo tenía una camioneta de repartos, su hijo tenía diecinueve y estudiaba no sé qué. Se cansaron de los precios de la liga inglesa así que ahora cuando quieren ir a la cancha vienen al Millerntor. Lo hacen tres o cuatro veces al año, con los vuelos low cost les sale lo mismo que ir a Londres. Se quedan en un hotel barato, pasean el fin de semana, se toman unas birras y le llevan alguna comprita a mamá. Muchos extranjeros vienen a verlos jugar y a respirar esta atmósfera. El fenómeno no es desaprovechado, hay que ver la tienda de souvenirs: venden de todo, desde chupetes para bebés hasta una tostadora que te tuesta el pan con la calavera.

El partido es un fiambre. No es extraño que vayan últimos. El año pasado el equipo estuvo cerca de ascender pero esta temporada no juegan absolutamente a nada, tiran pelotazos a los de arriba como si fueran uruguayos o se la pasan al arquero para que él la reviente. El Fortuna juega un poco mejor y hace un gol antes del entretiempo, un gol en contra en realidad, que será el único del partido. Mil kilómetros hice para ver a estos troncos y encima tengo que volver en el tren con la hinchada del Fortuna hasta Düsseldorf.

Esta foto la saqué yo en el centro de Bonn: he aquí a un hincha del St. Pauli haciendo meditación. Nótese la ordenada mentalidad alemana hasta para pedir. Los carteles dicen Puff, Kiffen, Bier, Essen y Hund: o sea queco, porro, cerveza, comida y el perro, respectivamente. Que el lector decida dónde pone la moné.

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Sankt Pauli

6 comentarios en “Sankt Pauli

  1. Muy buen relato Herr Javier! Nos interesaría en demasía que usted pueda volver al sur un ratito, aunque sea a darse una vueltita, asista luego a un inocente partidito del fútbol uruguayo, nada mas y nada menos que a la gloriosa y mítica tribuna Amsterdam (tiene el touch Europeo también necesario para captar su atención, vió?), y después, si sale vivo, escriba un relatito, que no auguro vaya a ser tan «light» como este.

    Ah…! Tampoco puedo garantizar que los muchachos sean tan ordenados como el sujeto de la foto para pedir unas monedas. Experimente y después nos cuenta, seguro será una tarde inolvidable al frenético ritmo de cumbia villera y reggaeton. Todo muy lindo y pintoresco, con una frescura autóctona. Divino para turistas.

    Un abrasen.

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  2. Jaja, sí, seguro que hay mucho para escribir después de ir a un partido de estos que me invitas, y sería una escritura desde un lugar penoso. De la garra celeste a la garrafa celeste ha mediado más que una sílaba, nos hemos ido a pique sin darnos cuenta. En todo caso estoy yendo en breve, y me cuidaré de andar lejos de esos selectos círculos. Abrazo Conrado, saludos. Te sigo!

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