Lost in translation

Varias veces me han preguntado por las cosas que extrañé, viviendo en Alemania. Y bueno, extrañé el bife de chorizo, las librerías y los quioscos de la calle Corrientes, los pirulos de Rudy, comerme un bondipan en la costanera sur, tomar un café con medialunas de manteca en el bar El Galeón de Palermo, los alfajores Havanna, los bares de la placita Serrano, las puteadas… Extrañé la ironía.

Esto se debe a que me cuesta mucho ser irónico en alemán. Tampoco puedo jugar con el idioma como lo hago con el que me enseñó mamá. A mí me gusta jugar con las palabras. Las del español son unos chiches que yo puedo juntar como quiero, las doblo, las doy vuelta, les saco y agrego letras, les estiro los significados, abuso de algunas, me guardo otras. En fin, que las hago de goma, oye.

Las palabras alemanas en cambio son unas herramientas complicadas, cuyo manual también está en alemán. Son piezas de un mecano que debe estar buenísimo pero con el que no alcanzo a armar algo que ande, me quedan unos carritos que son una porquería. Niños de cinco años arman trenes con más y más rápidos vagones. Me los quedaba mirando  mientras oía cómo les fluían las palabras con esa voz finita de mierda que tienen. Es increíble que gente tan chiquita pueda hablar esto, pensaba. Me daban ganas de pelearlos diciéndoles que yo sé leer.

En cierta ocasión terminaba de hacer ejercicio en el campo deportivo de la universidad y cuando fui a ducharme reparé en que había olvidado el jabón. Enseguida recordé que Estefanía había comprado, de camino, diversos artículos de limpieza y tocador y los había guardado en mis alforjas. Encontré un gel de ducha y me dije «Qué suerte». Me bañé muy contento, con esa alegría que te da cuando las cosas fluyen, además del agua. Luego, mientras volvíamos, le comenté y me miró extrañada. Ella no había comprado jabón de ningún tipo. Me había bañado con un líquido para limpiar el watercló. Casi se cae de la bicicleta de la risa. Es difícil el alemán.

De modo que dominar o no semejantes utensillos —las palabras— hace mucho a la riqueza de la vida. La ventaja de vivir en una ciudad como Bonn es que está lleno de extranjeros. El idioma común es, pues, una zona neutral y bastante anárquica donde las palabras se defienden como pueden de las malas pronunciaciones y de la contaminación de otras lenguas.

(Una vez más el propio español vino para ayudarnos a reír: los nuevos amigos de otros países hispanohablantes llaman con otros nombres a las cosas y los malentendidos son, se sabe, uno de los recursos del humor. Hasta el teléfono descompuesto tiene distintos nombres: es el teléfono dañado en Ecuador y el roto en Colombia).

Volviendo. Para hacer un chiste con el recurso de doble sentido es obvio que hay que saber más de un significado de la palabra. Para hacer chistes con palabras parecidas hay que saber distinguirlas y pronunciarlas bien, para rematar bien un chiste hay que armar con cuidado la frase, no todos los sinónimos tienen el mismo efecto. Para no mencionar el humor asociado a políticos o personajes conocidos. Y para lograr todo eso, un extranjero necesita vivir un mínimo de cinco años en Alemania, según un estudio de la Universidad de Wildstone.

Y claro que puedo comunicarme, soy capaz de hablar de energías renovables con el secretario del ministro —sobre todo luego de tomarnos unos vinos—,  pero me cuesta mucho hacer reír. Ese es el drama. ¿Sabés la cantidad de chistes que no pude hacer porque me demoré, que se perdieron para siempre (y estaban buenísimos, eh), y la cantidad de veces que parecí choto cuando en realidad tengo un IQ de chinchulín? La puta, che.  Y reírme también era difícil. Es feo cuando todos los demás se ríen menos tú. El día que entendí un doble sentido casi descorcho un champán,  sentí que había llegado, aunque hacía seis meses que estaba. Sentí que Bonn era más mía.

Empecé este post ironizando con lo que extrañaba, para llegar entonces a la verdad de la milanesa. ¿Qué extraña uno cuando está lejos? Hoy se puede hablar todos los días con los seres queridos así que no se extraña realmente. La comida menos. Y aunque hay muchas cosas en Uruguay que no se ven en Alemania, como por ejemplo las bolsas de nylon voladoras, o la yoguineta de domingo estirada en las rodillas, o las tortafritas o el jingle de los rulemanes, tampoco echaba de menos tales cosas. Lo que extrañaba era el sol de invierno y reír con la lengua.

 

2013-05-23 10.31.07

 

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4 comentarios en “Lost in translation

  1. Avatar de Julia Julia dijo:

    Como ahora estoy viviendo en Alemania, y me he topado con esta entrada, me vi en la situación de preguntarme qué es lo que más extraño yo estando en Alemania. La verdad es que, a veces, siento ganas de regresar a algunos lugares, de estar con personas con las que quisiera pasar tiempo y compartir el espacio, ir a restaurantes donde quisiera volver a repetir experiencias. Pero no sé si a eso le puedo llamar “extrañar”, porque para mi es una palabra que siempre ha tenido una connotación negativa, como que algo me falta…. Y de repente tenga que ver con que en otros idiomas -y sin ir más lejos, en el propio castellano- tiene literalmente ese significado: “echo de menos”, “echo en falta”, en francés “Ça me manque”, en italiano “mi manca”, en inglés “I miss it” y en alemán, curiosamente también, “Ich vermisse es”. Me falta, me lo pierdo, no lo tengo.
    No me falta nada, estoy muy bien y estoy contenta. Y sin embargo, también recuerdo Buenos Aires y algunas particularidades como las describes, con esa nostalgia como si fuera mi ciudad, aunque nunca viví allí, y hace una semana estuve en Milán y sentí que caminaba en casa, entre mis pares, y sentí pertenencia. ¿Por qué? Porque Milán debe ser lo más parecido a Buenos Aires que he visto en mucho tiempo. Pero qué bizarro, porque yo soy uruguaya y del Este, de donde sale el sol de la patria. ¿Qué fenómeno es este, que produce este sentimiento? ¿Tiene relación directamente proporcional a los grados de separación?
    Ahora, a lo que me hace falta: La ironía como estilo de vida. Brillante como escribes de los juegos de palabras, los dobles sentidos, y las diferencias entre el humor aquí y allá. La poca gente que me conoce muy bien aquí, y ha vivido en América Latina, me entiende y con ellos puedo expresarme libremente en cualquier idioma: porque me conocen. Conocen el concepto, lo pueden desglosar en la traducción. Pero la Deutsche Art es una manera de ser y vivir, compleja, todo lo que hacen tiene una razón de ser y un protocolo específico, para cada caso hay un manual. La lectura favorita de los meses de invierno, que no son pocos. Y en los manuales no puede haber doble sentido a nivel cotidiano (aunque sí hay una élite que sabe qué es esto, y tienen un idioma muy creativo que les permite jugar con él pero eso está a más grados de separación), o no sé si es eso, pero se traspasa: los manuales son un reflejo de la realidad de esta forma de vivir y viceversa. Cada vez que llego a este país demoro semanas para dejar de hablar y comportarme a la manera uruguaya -o latina, me parece mejor decir-, de los chistes (no sólo los verbales, las bromas que uno hace y espera después horas o días por las consecuencias), y me encuentro con gran frecuencia frente a personas que me miran algo desconcertadas y me explican redundancias con paciencia para niños. Dado que hace meses que estoy aquí, estoy con el chip en modo Deutsche Art y demoraré algunas semanas (pero siempre son menos) en adaptarme a la idiosincracia uruguaya.
    Esto último ya me alegra, como también volver a dormir en mi cama que aún conservo en Montevideo, comer molleja asada a las brasas, el reencuentro con seres queridos y la vida allá en general.
    Medio largo el comentario, pero me inspiraste mientras iba leyendo. Dankeschön!

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    1. Hola! Gracias por tu comentario, qué buena devolución. Me quedé pensando en la expresión Deutsche Art y conviene aclarar para que algún lector no se confunda —que no quede lost intraslation— que quiere decir estilo alemán, y no arte alemán. La famosa idiosincracia que cada país tiene. Como bien decís todo lo que hacen tiene una razón de ser y para todo hay un manual. Una cosa que me llamaba la atención cuando viví allá es que cualquier persona le puede hacer una observación en la calle a otra que no está cumpliendo alguna regla, y eso no motiva que se enfrasquen en una discusión y mucho menos en que haya violencia verbal o de la otra. Acá en Uruguay dejé de decirle a la gente en la calle «se te cayó esto» cada vez que veía a alguien arrojando algo al piso, porque varias veces eso terminó a las puteadas y decidí que era una violencia que no quería vivir. Me dejaste recordando cuando viví allá. Decís que estás en modo alemán estando allá y me pasaba lo mismo: yo era más respetuoso de las reglas allá que acá, que uno anda un poco más locker. Y de vuelta hay que tener cuidado con la traducción: no es que en Montevideo ande más «casillero» sino más relajado, jeje. Y que diferencia los diciembres! La tranquilidad de allá versus la locura montevideana. Y si, el clima tiene tanto que ver. Ahora, en vez de un Weihnachtmarkt me voy a la feria Ideas+. 🙂 Liebe Grüße!

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