En la playa, la actividad principal de un padre de un niño de veinte meses es ir a buscar agua. Voy y vengo con un baldecito celeste. Y lo hago tantas veces que cada vez tengo que ir más lejos. Al menos estoy combatiendo el aumento del nivel del mar debido al calentamiento global. La actividad principal de un niño de veinte meses es tirar el agua que ha ido a recoger en compañía de su padre. La tira en cualquier lado, la joda es mojar la arena, incluso no importa si ya está mojada.
No me gustan las playas porque están llenas de arena.
Estamos en La Serena y una de las actividades del balneario es el avistamiento del presidente. Los días que hay olas y se rumorea que puede andar en la vuelta, es posible ver algún fotógrafo con un lente fanfarrón buscando la foto «de casualidad».
Qué cosa importante no tener que subir a un auto para ir a la playa. Sobre todo porque no tenés que subir a un auto para volver de la playa. Estamos a una cuadra, en una coqueta casa de madera, y vamos caminando gracias a que Vice ya anda en la chivita. Igual puede llevarnos diez minutos porque la distracción es galopante.
En la casa vecina vacaciona una familia con cuatro hijos y un perro, a la cual se le ha agregado Vicente cuando no está comiendo o durmiendo. Esto quiere decir que cada vez que queremos que coma o duerma tenemos que ir a buscarlo a la casa de los vecinos. Son macanudos y le tienen una paciencia bárbara, incluyendo a los niños, cuyas edades van de los 4 a los 13 años. Los menos preparados somos Estefa y yo, que no podemos creer que con un año y 10 meses, Vicen ya prefiera estar con otra gente.
Gracias a estos vecinos hago el cálculo de que por cada hijo, una familia llega media hora más tarde a la playa.
Tenemos perro. Es de un nativo que no está nunca así que lo bautizamos Tito (al perro) y se pasa los días con nosotros, nos acompaña a la playa y todo. Cada vez que nos vamos de vacaciones, Estefa quiere volver con algún bicho. Ya tenemos una gata que vino de esta manera y ahora quiere llevarse a Tito. Dice que el dueño no le da de comer, que está flaco y que precisa cariño. Yo lo veo más bien atlético y lo del cariño no es asunto mío. Un buen día aparece el dueño, un instructor de surf que vive todo el año en una casita diminuta cercana. Nos cuenta que se llama Lola (el Tito). No sabemos mucho de perros, pensábamos que era pitocorto.
Decirle a Vicente «no seas infantil», no funciona.
Soy cool y estas vacaciones hago un detox de redes sociales. Todas menos whatsapp, que no sé bien si es una red, o qué, pero en todo caso allí sí me mantengo pececito. Entro una sola vez en quince días a Twitter y solo porque mi amiga Silvana me envió un link por whatsapp, justamente, y sabía que sería un hilo bonito. No extraño para nada las redes y me doy cuenta de que la interacción compulsiva con el celular tiene mucho que ver con el estilo de vida que llevamos cuando estamos en la rosca.
El día antes de irnos de vacaciones se me dio por lijar las hojas de una ventana, agachado. Me gano una lumbalgia que impide que maneje, que pueda calzarme y que pueda cambiar pañales cagados (curiosamente, cuando Vicente se caga el dolor se agudiza). Tener lumbalgia en vacaciones es mucho mejor que trabajando, no tengo que ponerme medias ni zapatos y puedo dormir la siesta. Lo único que es peor es el asunto del baldecito celeste. Tal vez sea por eso que cada vez voy más lejos: para no agacharme.
La casa sin arena es una mentira de patas cortas. Sin alusiones al pequeño.
Que Vicentico se duerma encima mío sigue siendo maravilloso aunque pese 14 kilos y esté tan largo que pueda pegarme un rodillazo en las bolas.
No sé si es sociable porque es chiquito y no sabe, o porque es así no más: se hace amigo de todo el mundo. En los restaurantes estamos diez minutos para irnos porque saluda a todo el personal y a las mesas ocupadas, que por suerte son pocas porque vamos temprano. Además quiere llevar los platos a la cocina, así que siempre le damos uno para que lo lleve. No sé de dónde sacó eso, en casa no lo hace. Lo cierto es que ahora tengo que sonreírle a más Homo Sapiens que antes, lo cual es bueno para mi salud, dicen los japoneses.
Un niño sano es un niño lastimado en las rodillas y las manos. Bueno, y en los pies y en la cara. Vuelve curtido, el mozo.
Pareciera que hay períodos de crecimiento notorio seguidos de mesetas. A las vacaciones del año pasado se fue con dos dientes y volvió con siete. No pegamos un ojo. Aquel fue un crecimiento traumático. Esta vez pasamos mucho mejor, dormimos bárbaro y sentimos que crece porque lo vemos hacer cosas nuevas, como subirse a la chivita e irse a pasear con Lola por el barrio, al punto de que hay que salir corriendo detrás porque se va y se va y no le importa nada. He aquí los verdaderos viajeros: aquellos que no saben adónde van, ni de dónde vienen.

Jaaaaaaaaaa. Notable Vice.
Enviado desde mi smartphone Samsung Galaxy.
Me gustaMe gusta