Seres de luz

Solos y de noche, era una máxima que tenían los Redondos a la hora de programar sus conciertos. Yo estoy solo pero son las nueve de la mañana y me entran los nervios porque es la primera vez en mi dilatada carrera musical que voy a tocar para un público que no ha bebido. Tampoco yo llevo alcohol en sangre, y tal vez tendría que haber tomado alguna cosita, pienso mientras entro al jardín de infantes, guitarra al hombro, dispuesto a compartir unas elevadas piezas musicales con Vicente y sus compañeros. Dicen que los niños son el público más exigente porque no tienen reparos en demostrar aburrimiento, desagrado o fastidio —unas bestias sin educación, en definitiva—, lo que aumenta mi cautela.

Una sola cosa me tranquiliza: mientras recorro el pasillo recuerdo que cuando yo iba al jardín, solía escaparme del salón para ir a la oficina de la directora a chuparme el dedo gordo de la mano izquierda sentado en el piso, detrás de la puerta. Esto, que puede parecer un comportamiento extraño, no lo es si tenemos en cuenta que la directora era mi mamá. Ahora ella me acompaña, de hecho es ella la persona realmente invitada, yo ocupo el lugar del abuelo, y sólo porque toco la guitarra y surgió la idea de cantar unas canciones.

Estamos en la semana de Vicente: cada niño tiene la suya, en la cual las actividades se centran en él, leen su libro de cuentos favorito, escuchan las canciones que le gustan y lo visitan sus abuelos. Hemos preparado dos cartulinas con fotos de su vida con seres queridos y en la puerta del salón hay una foto suya. Está muy bien la idea, el gurí refuerza su individualidad, aprende a diferenciarse, ve que otros niños tienen otros gustos y su propia historia, aprende a recibir atención y que otros la reciban a su vez.

Los niños de dos años no juegan mucho entre sí, la idea es que al comienzo del día hagan lo que quieran y para cuando nosotros llegamos, una hora después, cada uno anda en la suya. Pero entramos al salón y ya desde el vamos el temor a enfrentarme con unos asesinos cereales se disipa. Nos reciben con efusividad, son todo sonrisas, nos abrazan las piernas y enseguida nos traen café, té, tostadas, huevo frito, una pata de pollo y un kiwi. Están encantados de recibir gente, los muy anfitriones. Todo de plástico pero de muy buena pinta.

He preparado un show de canciones sin chistes en el medio porque esta gente aún no capta la ironía ni el cinismo, y mucho menos los juegos de palabras. Es un set corto, de 15 minutos, que es más o menos el tiempo que me siento capacitado para que estén allí sentados, ya que a los dos años la atención es como una mariposa que se posa segundos apenas en cada rama. Como la de un adulto haciendo redes meta dedo gordo. Y entonces me encomiendo a Enriqueta Compte y Riqué, que fundó el primer jardín de infantes de Sudamérica, y no fundo pero desenfundo la guitarra. Cada cual hace historia como puede.

Nos sentamos en corro. Los miro. Allí están, diez párvulos descalzos y en pañales que me miran con extrañeza y distante curiosidad, excepto uno que se autopercibe como un tiranosaurio rex, y me lanza un gruñido amistoso con los brazos en alto como si fueran garras, y otro que está medio ido, como si esa mañana hubiera visto a los padres en una posición extraña. La única niña del grupo es también la más inteligente socialmente, pareciera que ya entendió todo acerca de cómo funcionan las relaciones humanas. Cuando Mariana, la maestra, pregunta quién faltó hoy, contesta inmediatamente y sin dudar «el Moti». ¡Ya había reparado en quién está y quién no! Los varones ni siquiera entendieron la pregunta.

Arranco con La vaca Lola, un hitazo de dos acordes, sin coreografía pero fácil de cantar por parte de la audiencia, al menos por parte de los que ya hablan algo. Tiene una letra directa, contundente, y al igual que Aquella solitaria vaca cubana —tan dada a las interpretaciones—, no quiere decir más que lo que dice: La vaca Lola tiene cabeza y tiene cola, y hace mú. Lleve. Sigo con el gallo Bartolito, que da mucho juego, y entonces meto dos que solo Vice conoce: Nariz de colibrí, de Piú, Música Viajera, y La gatita de Mamá, hecha en casa. La idea era que Vico me ayudara con la coreografía de Nariz de colibrí pero para ese entonces está metido en un cajón del ropero y no quiere saber nada, me deja solo. Tan chiquito y ya le doy vergüenza, no sé si es precocidad o timidez.

La respuesta del público es tibia, me parece que no soy el único que debuta con la música en vivo sub 3. Apuro la cosa con un par de canciones más y para rematar nos vamos con Las ruedas del autobús, que puedo cantar hasta dormido porque es la canción preferida de Vice y ya la escuché setecientas veces. No piden bises.

Para el final, la abuela Su se despacha con una sorpresa que pondrá digno broche: les regala a cada uno una linternita y quedan encantados. Está medio nublado así que Mariana apaga las luces y quedamos en una penumbra que permite ver los círculos de luz en el techo, en las paredes y en el lomo de quién esto escribe, que simula heridas por los rayos de luz y entonces me persiguen y me apuntan hasta que caigo fulminado mientras no paran de dispararme rayos laser para asegurarse de que estoy muerto. Vicente también participa, sin la guitarra no le doy vergüenza, y no quiero verlo como un dato. O a lo mejor sigo dándole vergüenza y por eso comete parricidio. Tanto preparar canciones y lo que más les divierte es este juego espontáneo, un éxito el souvenir.

Nos despedimos y nos vamos. La noto contenta de haber disfrutado viendo al nieto y sus compinches.
—¿Pasaste bien? Muy bueno lo de las linternitas —le digo.
—Divino. Y qué buenas las instalaciones, bastante mejores a aquellas en las que trabajé yo. ¡Qué lindas cosas tienen! ¡Cuánto espacio! —comenta la abuela directora—. ¿Vos pasaste bien?
—Sí sí, saqué un empate de visitante y no me quedaron secuelas de los rayos laser. Aunque Vice no nos dio mucha pelota, ¿no?
—Es muy chiquito.
Será eso, pienso. La agarro del brazo para no dejarla atrás, y al pasar por la dirección, reprimo un reflejo que creía superado, un reflejo mamífero, límbico, mecánico, epidérmico, asimétrico y esdrújulo disimulado en pasarme el pulgar izquierdo por el pelo.

Seres de luz

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